Es el número uno del tenis mundial. Este año ha conquistado Roland Garros, Wimbledon, el oro olímpico en Pekín y, por si fuera poco, el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes
Por Toni Nadal
Macarroni, tortellini, spaghetti… y Natali, que era yo, su tío Toni. Ésta era la alineación del Milan, el club de fútbol que me fichó para cosechar grandes éxitos, parecidos a los que obtuve también en ciclismo, nada menos que cinco Tour de Francia.
Rafael disfrutaba de mis relatos y, por supuesto, se lo creía todo. No se le ocurría poner en duda la veracidad de lo que le contaba.
El hecho de ser el primer niño que nació en la familia, su contagioso entusiasmo, su inocencia y su candidez lo convirtieron en nuestro juguete.
Aparte de mis habilidades deportivas, yo era mago. Una de las anécdotas que recuerdo con más cariño tiene que ver precisamente con mis dotes harrypotterianas. Yo dirigía la Escuela de Tenis del Club de Manacor. Teníamos un torneo en otro pueblo y uno de los chicos que iban a jugar me falló. Le dije a Rafael que él iba a ser su sustituto. Contaba sólo siete años y era su primer partido de competición. Su contrincante tenía catorce años y ya estaba experimentado. La paliza que iba a recibir era fácil de predecir para un mago como yo. Salimos en mi coche para ir a jugar el partido y yo le iba dando tácticas para descentrar al oponente, las tácticas más locas que se me fueron ocurriendo. Rafael se moría de la risa. Al final le dije: “No, ahora en serio, Rafael. Si veo que te da una paliza descomunal, tú no te preocupes, que yo haré llover y pararemos el partido”. “¿En serio?”, me preguntó, “¿puedes hacer que llueva?”. “¡Por favor, Rafael! Con mi magia puedo hacer de todo”.
El cielo estaba nublado y el partido empezó como yo había previsto. Rafael iba perdiendo 3-0. Pero con siete años Rafael ya era muy luchador y tenía una confianza verdaderamente ciega en sí mismo; así que empezó a remontar el partido y consiguió poner el marcador 3-2. En ese momento, como había previsto el parte meteorológico, se puso a llover y paré el partido. A los cinco minutos de esperar, Rafael se me acercó sigilosamente y en un susurro me dijo: “Toni, puedes parar la lluvia cuando quieras; ¡creo que le puedo ganar!”.
Esta anécdota la he contado en muchas ocasiones por la gracia que me hizo, pero también porque define muy bien el carácter de Rafael.
Lo que yo destacaría de él es esa capacidad de lucha que ya demostraba de pequeñito. Si hay algo que se echa en falta hoy día en cualquier ámbito y en cualquier profesión, aunque afortunadamente no en todos los casos, es precisamente la voluntad de superación, el esfuerzo, la perseverancia y la satisfacción por el trabajo bien hecho.
Rafael es sobre todo un trabajador, y sería bueno que éste volviera a ser un valor en alza. Tengo la convicción de que la satisfacción viene por la vía del esfuerzo. Y si consiguiéramos que la sociedad asumiera esto, si se lo inculcáramos a nuestros jóvenes, dejaríamos resueltos muchos de los problemas que tenemos.
No voy a enumerar las virtudes de mi sobrino porque me avergonzaría hacerlo y, sobre todo, porque sacaría las cosas de la normalidad en que están. Rafael es eso, un chico normal que ha sido educado para ser normal, pero la repercusión mediática de su trabajo le obliga moralmente y muy humildemente a servir de ejemplo. Los padres de Rafael lo han educado de tal forma que le han reconocido los buenos resultados en todo lo referente a su formación, pero jamás le han escatimado el esfuerzo. No voy a negar que existen unas habilidades innatas, pero lo importante bajo mi punto de vista es que uno tenga la satisfacción de cumplir con su deber.
Rafael demuestra siempre interés por su trabajo; es disciplinado y persistente. Y no me refiero sólo a los partidos. Siempre se entrega en los entrenamientos, en su trabajo con su preparador y con su fisioterapeuta. Y éste es el verdadero valor de lo que hace; tener interés por hacer bien su trabajo, superarse y aprender cada día un poco más. Al fin y al cabo, el tenis sólo consiste en pasar una bola por encima de una red. Sentirse especial por ser bueno en tenis sería tan tonto como sentirse especial por jugar bien al escondite. Es por esto por lo que hay que buscarle algo más. Rafael disfruta de su profesión porque disfruta luchando, obligándose a trabajar y a intentar mejorar.
Pienso que el éxito de Rafael es vivir todo lo que le está ocurriendo con total normalidad; confiar en sí mismo, pero sin dejar nada al azar. Su mérito está mucho más en su voluntad trabajadora que en un don innato. Y puedo asegurar que yo he tenido muy poco que ver. Precisamente esto es lo que más me llena de orgullo. Jamás me ha pedido la intervención de mi magia para ganar un partido.
Toni Nadal es entrenador y tío de Rafael Nadal.
Propuesta de: Perico García