Entrevista a
ESTHER VIVAS
La periodista
e investigadora publica 'El negocio de la comida', un libro que bucea en las entrañas de nuestra alimentación para
denunciar los perjuicios derivados de un sistema que produce
contaminación, pobreza,
hambre, desigualdad y enfermedades
LUCÍA VILLA Madrid 20/11/2014
Llenar la nevera, más allá de calmar estómagos,
puede resultar a veces un práctico ejercicio para remover consciencias.
Esta es en parte la sensación que queda después de leer 'El negocio de la
comida' (Icaria, 2014), un exhaustivo ensayo de la periodista e investigadora
Esther Vivas, que desgrana una a una las devastadoras y en la mayoría de casos
ignoradas consecuencias de nuestros hábitos de alimentación. Desde la
especulación en el precio de los alimentos básicos como el trigo o el arroz,
hasta las condiciones laborales de las agricultoras... un recorrido de la
tierra al plato por el que la autora denuncia los impactos que el sistema del
agronegocio tiene sobre la sociedad, la economía, la salud, el medio ambiente,
la igualdad o la pobreza, y en el que, pese al panorama desesperanzador, se
exponen modelos de alternativas viables.
En 'El negocio de la comida'
denuncia todas las consecuencias que arrastra un sencillo alimento. Después de
leerlo da la sensación de que uno no puede salir a comprar sin contribuir a
empobrecer ciertos países, contaminar el medio ambiente, enriquecer a
especuladores o enfermarse... ¿De verdad es posible un consumo de alimentos
responsable?
Evidentemente cuando uno analiza
en profundidad el modelo agroalimentario y mira a las entrañas de ese sistema
dominado por la agroindustria y los supermercados, a veces puede generar una
situación de impotencia por los impactos tan negativos. Desde mi punto de vista
lo que es fundamental es tener la información. Tener otras miradas de este
sistema agroalimentario y a partir de ahí poder forjar un criterio propio para,
a partir de la información, poder pasar a la acción. Necesitamos datos para
poder decidir por nosotros mismos. El libro trata de analizar en profundizar la
cara oculta de este modelo agroalimentario para indignarnos y poder plantear
alternativas al mismo.
Da la impresión, por la
dimensión de lo que cuenta, que un cambio de modelo tardaría mucho en llegar...
Yo creo que se pueden empezar a
cambiar las cosas aquí y ahora. Una vez conocí a una persona que me decía que
cuanto más conocía el funcionamiento de los supermercados y la gran
distribución, menos compraba en ellos. Nuestra toma de conciencia implica
cambios en nuestra vida cotidiana, siempre en función de nuestras inquietudes e
intereses, claro. Pero los cambios, otras prácticas en el consumo, se pueden
muchas de ellas llevar a cabo y de hecho muchas ya funcionan. Experiencias de
grupos, cooperativas de consumo, huertos urbanos o el consumo ecológico son
iniciativas en auge hoy en día y que demuestran que otros modelos son posibles.
En su libro señala un
beneficiario claro del mercado alimentario: las multinacionales y grandes
empresas. Es innegable su responsabilidad, pero ¿Qué hay de los Gobiernos? ¿Por
qué no se están haciendo las normativas adecuadas?
En definitiva lo que vemos es
que la administración actúa al servicio de los intereses del agronegocio y de
los supermercados. La dinámica de puertas giratorias que vemos en otros ámbitos
como el energético, también se dan en la agricultura y la alimentación. Sin ir
más lejos, la actual directora de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria,
la señora Ángela López de Sá y Fernández, estuvo durante diez años en la
directiva de Coca Cola. Hay un claro conflicto de intereses pues, entre quien
está al frente de una agencia que tiene que cuidar de nuestra seguridad
alimentaria y que viene de una empresa privada que utiliza algunos aditivos
alimentarios en sus productos que dejan mucho que desear.
¿Y al resto de la sociedad, nos
importa lo que comemos?
Lo que vemos en el contexto de
crisis del sistema político y económico es que a pesar de que tomamos
conciencia de la supeditación de las políticas sociales y económicas a los
intereses de la banca y el poder económico, no sucede lo mismo con el análisis
que hacemos de lo que comemos y cómo lo hacemos. La lógica que impera en las
políticas de vivienda, por ejemplo, con el apoyo de la mayor parte de la clase
política actual, es la que también se da en las políticas agroalimentarias. En
definitiva se mercantilizan derechos y necesidades básicas, ya sean viviendas,
salud, educación o alimentos.
Muy a menudo se señala a EEUU
cuando hablamos de hábitos de alimentación poco saludables. En España siempre
se ha aplaudido la dieta mediterránea. Es un país donde a las cadenas de comida
rápida les cuesta más asentarse, no gustan tanto. Sin embargo los índices
de obesidad infantil no dejan de crecer. Un 20% de los niños españoles son
obesos. ¿Qué está pasando en España?
La dieta mediterránea se ha
visto sustituida poco a poco por un modelo de alimentación fast
food, con azúcares añadidos, grasas saturadas y alimentos
procesados que tienen un impacto en nuestra salud. Además esto se ha
agudizado con la crisis económica, en la que la pérdida de poder adquisitivo de
muchas familias ha llevado a gastar más en comida, pero a comer menos y de peor
calidad. Varios estudios evidencian cómo alimentos congelados, bollería, etc,
han aumentado su consumo en los últimos años de crisis.
Esto es curioso, porque, aunque
la carne y el pescado sí son más caros, otros muchos productos no. Un paquete
de lentejas, por ejemplo, es más barato y alimenta a más personas, además de
ser más sano, que una pizza congelada.
Sí, yo creo que aquí hay dos
elementos. En primer lugar si cogemos una cesta de la compra más saludable,
donde no sólo haya fruta y verdura, sino también pescado, carnes, leche, etc. y
lo comparamos con una cesta de productos congelados, con bollería y tal, ésta
sale más barata, según un informe reciente en Reino Unido.
Pero sí que es cierto que se
podría comer bien gastando menos. Lo que pasa a menudo es que no sabemos, no
nos han enseñado a cocinar ni a comer de una manera saludable. Y muchas veces
hay una tendencia a comprar alimentos procesados porque consideramos que son
mejores y porque son los más fáciles y rápidos de comer. Desde este punto de
vista, yo creo que es fundamental una cierta reeducación de lo que comemos y
cómo lo comemos.
Aquí se ve también una clara
cuestión de clase social vinculada a nuestra alimentación. En general, las
familias con menos recursos tienden a tener una alimentación de menor calidad,
por una cuestión económica, pero también por un elemento educativo, cultural,
de no valorar la alimentación.
Sin embargo la gastronomía vive
un momento álgido. Por todos lados hay programas y concursos televisivos sobre
cocina, blogs de recetas, guías de restaurantes, rutas y ferias. Cocinar está
de moda... ¿Esto puede ayudar a cambiar los hábitos de una sociedad?
Bueno, se han puesto d moda unos
determinados shows culinarios
pero que se quedan en el espectáculo y no profundizan en la educación y en unos
criterios saludables para nuestra alimentación. Pero sí que es cierto que en la
sociedad ha ido creciendo el interés por preguntarse qué comemos, o en apostar
por una alimentación de más calidad, pero acostumbra a ser un interés de
determinadas clases sociales, con personas con determinados estudios, que
tienden a invertir y a apostar por una comida de calidad, pero no es una
tendencia que llegue al conjunto de la población. Porque depende más de una
inquietud individual que de unas políticas activas por parte de la
administración. El reto está en que este cuestionamiento del modelo
agroalimentario que empieza a aflorar en algunos sectores sea accesible al
conjunto de la población, fruto de unas políticas que promocionen comer bien.
Una propuesta: imaginémonos que
todos los comedores colectivos públicos apuestan por una alimentación
ecológica, de proximidad campesina, en las escuelas, universidades, centros de
salud, hospitales, etc. Todo esto nos permitiría no sólo comer bien, sino
reactivar todo el sistema productivo campesino a escala nacional y por lo tanto
sería una apuesta tanto a nivel social como económica.
En su libro, para explicar todos
los factores que influyen en nuestra alimentación y sus alternativas, pasa por
los movimientos feminista y ecologista y por otros movimientos ciudadanos y de
soberanía popular. ¿No se entienden los unos sin los otros para un cambiar lo
que comemos y cómo comemos?
Bueno, la mercantilización de lo
que comemos es sólo un ejemplo más de cómo el sistema capitalista convierte
nuestras necesidades en privilegios y en objeto de negocio por parte de unas
pocas empresas. Es fundamental enmarcar la demanda de otros hábitos de consumo
en un cuestionamiento global del sistema. De aquí que las alianzas del
movimiento por la soberanía alimentaria, por el comercio justo, por un mundo
rural vivo, es imprescindible que se unan con otros actores sociales para un
cambio de rumbo de este sistema.
También es cierto que ha surgido
un nuevo mercado en torno a lo alternativo. Vemos con frecuencia productos
etiquetados como "justos" o "ecológicos". ¿Hay trampa?
Lo que vemos es que el
capitalismo, los supermercados, las grandes empresas se visten de verde y de
solidario si esto les cubre determinado nicho de mercado o les permite una
estrategia de márquetin empresarial. Pero que pongan en sus estantes, o que
abran líneas de productos ecológicos o de comercio justo, no implica una
transformación o un cambio de estas políticas. No se trata de comprar sólo un
producto etiquetado como ecológico o como justo, sino que tenga un componente
de transformación social añadida. Hay productos etiquetados como ecológicos
pero que igual vienen de América Latina, ¿Dónde está la justicia ecológica con
un producto que tiene miles de kilómetros a sus espaldas, a pesar de que su
cultivo sea libre de agroquímicos?