La fructosa es un edulcorante
cada vez más utilizado en la industria alimentaria. Si en la década de los 70
se limitaba a los alimentos especialmente recomendados para diabéticos y a los
refrescos, en los últimos años se ha popularizado en una gran variedad de
productos.
Este aumento de su uso ha ido
parejo al constante incremento de las personas diagnosticadas con intolerancia
a la fructosa, lo que ha motivado numerosas investigaciones para determinar sus
efectos sobre la salud. Los primeros estudios que advirtieron sobre los
perjuicios de su consumo para algunas personas, como hipertensión, gota o
diarrea, fueron considerados de alarmistas y poco concluyentes. Sin embargo,
una reciente investigación de la Universidad de Yale, avalada por la American
Medical Association, ha confirmado dichos riesgos, añadiendo que es una de las
principales causas del sobrepeso y la obesidad.
El organismo de las personas
intolerantes tiene una mayor dificultad para metabolizar esta sustancia, la
cual provoca efectos similares a los que sufren los intolerantes a la lactosa,
generando dolor intestinal, gases, vómitos y diarrea. El efecto de la fructosa,
generalizable a la totalidad de la población según advierte el estudio dirigido
por Carroll Kathleen, es que aumenta el apetito debido a que su consumo reduce
los niveles de sangre en la región del cerebro (hipotálamo) que regula la
sensación de saciedad.
UNA RELACIÓN CAUSA-EFECTO CON EL SOBREPESO
Para ilustrar la necesidad de
tener en cuenta la limitación de la fructosa en las dietas de adelgazamiento,
los investigadores ponen como ejemplo que "una crepe hecha con fructosa
tiene muchas más calorías que una hecha con azúcar". Por ello, Kathleen
sostiene que el aumento en el consumo de fructosa ha sido paralelo al aumento
de la obesidad, además de provocar a la larga una alta resistencia a la
insulina. Su consumo habitual también se ha relacionado con el aumento de
triglicéridos.
Para llegar a esta asociación
entre el consumo de fructosa y el sobrepeso, los autores del estudio realizaron
un análisis neurofisiológico mediante resonancias magnéticas a un grupo de
voluntarios tras consumir alimentos con alto contenido en fructosa,
principalmente repostería y helados, puesto que la fruta contiene niveles bajos
y no dañinos de esta sustancia, al contrario de la creencia popular. El
resultado fue que los participantes sufrieron una especie de desactivación de
la zona del cerebro que regula el apetito, reduciendo así los niveles de las
hormonas de la saciedad y provocándoles una mayor hambre de la habitual para
ellos. Unos efectos que no se produjeron tras consumir productos confeccionados
con azúcar u otros tipos de glucosa.
REINVENTAR LAS DIETAS
Esta investigación llevada a cabo
en humanos viene a confirmar las conclusiones de otros ensayos en animales como
el dirigido hace casi seis años por el catedrático de farmacología de la
Universidad de Barcelona, Juan Carlos Laguna. Por aquel entonces, el
investigador español ya había determinado mediante pruebas en ratas de
laboratorio que la ingesta excesiva de fructosa engorda y deteriora el ajuste
energético del organismo.
Un estudio anterior de la
Universidad de Florida y publicado en la revista científica European Journal of
Nutrition ya alertaba directamente a los nutricionistas para que, en lugar de
limitar el consumo de productos ricos en almidón, como pan, arroz o patatas,
suprimiesen de las dietas los alimentos con altas cantidades de fructosa porque
engordan más.
El consumo habitual de fructosa
aumenta los niveles de ácido úrico, según atestigua otra serie de
investigaciones. Este crecimiento desestabiliza los mecanismos encargados de
almacenar el azúcar, por lo que puede generar sobrepeso, síndrome metabólico y
diabetes tipo 2.
PROBLEMAS CON EL ETIQUETAJE Y ALTERNATIVAS
Las mayores cantidades de fructosa
están presentes en los refrescos. Sin embargo, el etiquetaje de estos productos
no siempre especifica su cantidad y en ocasiones aparece referenciado como
levulosa, jarabe de maíz rico en fructosa o directamente con sus siglas en
inglés (HFCS), lo que suele ocasionar problemas para las personas intolerantes
a esta sustancias.
Por otra parte, la legislación
vigente no obliga a especificar en el etiquetado aquellos productos
alimenticios elaborados a partir de varios productos cuando se trata de compuestos
cuya cuantía en peso sea inferior al 25%. Por tanto, si contiene fructosa por
debajo de esta cantidad no es necesario especificarlo en la lista de
ingredientes. Sin embargo, las alternativas a la fructosa son muchas y
variadas. Existen numerosos edulcorantes, y entre los que más se utilizan se
encuentran la sacarina, el maltitol, el sorbitol, el xilitol o el aspartamo.
FUENTE | El Confidencial
08/01/2013
Autor: Iván Gil