No nos vamos a cansar de publicar artículos como este porque está en nuestras manos el que nuestr@s hij@s dejen de ser adictos al azúcar y las grasas.
Adictos
a las patatas fritas
Aquel
dicho que reza “a que no puede comer solo una” no es solo popular. Como casi
todo, tiene sus fundamentos científicos, aunque para el caso de las patatas
fritas, las de churrero, quedan muchos misterios por resolver. El blog Ciencia
y Tecnología Alimentaria se hace eco de ellos.
La
cuestión no es comer solo una, sino sentirse literalmente enganchado a las
patatas fritas. Su alto contenido en grasa y carbohidratos no las convierten en
un producto especialmente saludable, sobre todo si se ha desarrollado una
adicción que lleva a consumirlas de forma compulsiva y continuada.
Como
es bien sabido, la adicción a determinados alimentos es algo común. Ocurre con
la patatas fritas, el chocolate o incluso con la bollería, por citar unos
pocos. La explicación más común es que, en realidad, lo que es adictivo son las
grasas y el azúcar. De ahí que se empleen profusamente en alimentos para
convertirlos en más apetecibles, especialmente en franjas de edad sensibles,
como niños y adolescentes.
Ero
las patatas fritas no tienen azúcar, sino sal, aunque si grasas en proporciones
considerables. En investigaciones con animales de laboratorio, no obstante, se
ha comprobado que la patata frita se asocia a una mayor activación de regiones
del cerebro relacionadas con el sistema de recompensa, la ingesta de comida, el
sueño y áreas motoras. Es decir, las patatas fritas “nos ponen” y, en personas
sensibles, puede desencadenar un deseo irrefrenable de comerlas compulsivamente
generando una adicción.
Estudios
de este tipo, aunque pudieran parecer lo contrario, no son una fruslería.
Muchos alimentos comparten mecanismos de acción acerca de su apetencia y, en
última instancia, su adicción. Estos mecanismos, y sus bases biológicas, son
estudiadas principalmente por la industria para detectar e introducir en sus
productos estrategias que faciliten su consumo. Del mismo modo, desde los
laboratorios públicos se hace lo mismo pero con un objetivo radicalmente
opuesto: prevenir su excesivo consumo.