La sociedad española ansía el final de la crisis o, al menos, percibir que ésta ha tocado fondo. Mientras tanto, proliferan los análisis sobre las causas del deterioro y sobre el horizonte que nos espera. Quienes se perfilan como los futuros gobernantes centran su discurso en una palabra clave: austeridad. Su aplicación, de indiscutible necesidad, encierra muchos matices. Desde la utilización responsable de los recursos que son de todos, hasta el acierto y la eficacia en el manejo de los mismos, lo que conlleva la exigencia de responsables político-administrativos competentes. Será imprescindible incorporar una administración austera, pero no será suficiente, si aspiramos a que nuestro país ocupe el lugar que le corresponde, que es el propio de una sociedad desarrollada basada en el conocimiento.
En el discurso de todos aparece la reforma de la educación como un objetivo fundamental. Incluso algunos responsables directos de medidas legislativas y ejecutivas no muy alejadas en el tiempo, y que se han revelado como nefastas para nuestro sistema educativo, se pronuncian solemnemente a favor de una reforma educativa. Es algo que no deja de sorprender, pero bienvenida sea esta autocrítica. Proliferan también los informes a cargo de fundaciones y grupos de pensamiento, con análisis y conclusiones que demandan reformas en los diversos niveles educativos, como enseñanza media, formación profesional universidad, etc. Si hay un mal, en la raíz de nuestro sistema educativo, es la restricción de la libertad, a favor de un intervencionismo por parte de intereses ideológicos, políticos, sindicales, etc. El papel de los educadores es ciertamente educar en el valor del esfuerzo, pero hacerlo para que cada cual descubra y desarrolle sus mejores capacidades. Sólo en un sistema que favorece esa educación en libertad cabe cifrar un futuro mejor para nuestra sociedad.
César Nombela
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